lunes, 3 de enero de 2011

Despedida de año en Lisboa - No hubo fado, pero sí nuevos amigos

—¿Tienen algún programa especial de despedida de año? —preguntamos en el Café Luso. —Si, tenemos el siguiente menú... —nos respondió el hombre, y continuó recitándonos el menú, desde los aperitivos hasta la champaña —y show con música de Fado por 130€ por persona. —Muito obrigado, cualquier cosa lo reservamos por teléfono. Boas Festas, adeus —nos despedimos de él, porque aquello se pasaba del presupuesto. Todo estaba carísimo y de pronto no nos dieron ganas de ir a un restaurante con programa incluido para despedir el año, aún cuando la experiencia de ver el show de fado era muy recomendada. —Mejor buscamos otra opción porque esos precios están muy caros —Le dije a Altin. —Ok. —respondió él —O si no, nos vamos a la plaza de comercio que parece que hay un concierto.

Estaba claro que no teníamos planes para la despedida de año, pero estábamos disfrutando y confiábamos en que algo aparecería. Almorzamos tarde, como a las 4 de la tarde en la Companhia das Sandes, algo así como un Subway; un baguette con atún, tomates y queijo derretido acompañado con jugo de china recién exprimido. Y luego para el postre y el indispensable espresso de las tarde nos fuimos al establecimiento de enfrente, una pastelería bastante antigua, Confeitaria Nacional, en la plaza Figueira. Estaba llenísimo, pero conseguimos una mesa bastante apartada en el segundo piso donde pudimos disfrutar el café y los postres. ¡Que mucho dulce se come en Lisboa! Allí nos entretuvimos hablando de antigüedades y arquitectura por la manera en que estaban preservados el techo y las fachadas, y descansamos las piernas un ratito. Decidimos que, en vez de dar vueltas sin rumbo, era buena idea irnos al hotel a recoger las maletas para así poder quedarnos más tiempo en la celebración de despedida de año. Y así hicimos.

Como a las 8 de la noche ya se nos hacía hora de ir a cenar; a cualquier lugar, lo que estuviera disponible, y dando vueltas por las calles del barrio Baixa llegamos al Restaurante Portas. —¿Quieres comer en este? —me preguntó Altin, porque yo soy la que tiene restricciones de comida; en Lisboa vimos muchos platos con pulpo, que en portugués se dice polvo (y no se rían que desde aquí los veo). —Yo lo que quiero es comer bacalhau —le respondí. Tuvimos que esperar un poco, porque había muchos como nosotros sin reservación, pero el lugar se veía bastante tradicional, sin el carácter forzado que tienen los restaurantes dedicados a los turistas. Ya nos había pasado dos noches antes, que nos fuimos a cenar a lo que parecía un restaurante típico y al final nos quisieron cobrar 16€ de más por cosas que ni pedimos, ni probamos. Así hacen en algunos sitios, te ponen 3 o 4 platillos de entremeses que parecen gratis pero que no lo son (incluidos el pan por 1.50€). En fin, que este se veía como un restaurante familiar atendido por el dueño, su hermano o quizás su cuñado y sus respectivas esposas en la cocina. Era todo un caos para aquel hombre, atendiendo entre 30 a 35 personas en víspera de año, y aún así sonreía. El ambiente era acogedor y nos sentíamos muy a gusto.

Pedimos bacalao para los dos, uno hervido y otro frito; el mio con papas y garbanzos, y aceite de olvida estilo español. Que sencillo y ¡que delicioso!, puro, sin demasiados condimentos. Ese bacalao era lo que yo quería. Pedimos vino, y champaña para celebrar y también conocimos a nuestros nuevos amigos de la mesa de al lado, Mónica y José María; turistas como nosotros, de Barcelona. Charlamos de todo un poco, en español y en inglés, masticamos portugués y un poco de francés con los otros comensales (Altin que es el experto, claro). Mónica trajo las pasas que según parece es lo que debíamos comer durante las 12 campanadas, en vez de uvas. Y por la casa, unas frutas de postre. Amigos nuevos, el dueño con su familia que también se nos unió en la celebración, y la abuelita vestida de negro con velo en su cabeza y sus dientecitos mellados, que hablaba sólo portugués y a quien felicitamos como mejor pudimos. La viejita tenía una radio pequeñita y así fue como escuchamos el conteo. —3, 2, 1, Feliz ano!! —brindamos todos juntos, desconocidos que la casualidad puso en el mismo lugar, pero felices como si nos conociéramos. Los fuegos artificiales se escuchaban afuera pero nosotros estábamos muy a gusto allí adentro.

Luego de pagar la cuenta, apenas unos 60€, salimos los 4 amigos a ver si había o no concierto en la plaza. Y efectivamente sí se escuchaba la música y nos fuimos a ver aunque fuera un poquito del concierto sin saber ni qué ni quienes cantaban. La multitud en la plaza era mayormente de jóvenes que cantaban y bailaban a ritmos de rock, y nosotros nos movimos entre ellos hasta conseguir un buen lugar; un poquito entre risas porque nos parecía música anticuada, como de los 80's. 

Nos quedamos un rato más que nuestros amigos porque su vuelo de regreso era a media mañana y nosotros no salíamos hasta poco después del medio día, pero debíamos volver antes de que las guaguas dejaran de correr. Allí nos toco movernos entre otra multitud para coger una guagua desde Restauradores hasta Campo Pequeno, donde estaba nuestro hotel. ¡Estábamos ya en el 2011! y felices porque lo que parecía sería una celebración aburrida resultó muy divertida y llena de sorpresas. Cuando se está en buena compañía se pasa bien en cualquier parte del mundo, lo que hay es que abrirse a nuevas opciones. Y con tanta celebración, lo que no me dio tiempo fue de hacer ¡mi lista de resoluciones! Pero no importa. Las haga cuando las haga, ya tengo un año entero para romperlas.

1 comentario:

  1. Siempre conoces extraños en tus viajes...be careful!!!
    Eso de ponerte los aperitivos y cobrártelos está pasao y uno pensando que es cortesía del restaurante jjjajajajaj Hay que tener cuidado hasta pa comer

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