sábado, 26 de febrero de 2011

El camino de miramelindas

En estos días vi esta foto que tomó mi madre en una reciente visita al campo de su pueblo natal, Adjuntas, en el centro de Puerto Rico. La foto es tan sencilla, un camino rodeado de flores silvestres, pero en ella se ve el verdor característico del campo en el caribe. Una maraña de plantas y flores que se entrelazan como si de ello dependiera su existencia. Y allí entremedio cruzan las dos hileras que delínean el camino hacia alguna casita, en este caso la de mi tío Héctor. Yo nunca lo he visitado, pero sí he estado antes en este lugar. Una de mis tías, titi Luve, vivió en estos lares durante muchos años y de niña iba con mi familia a visitarla muchas veces.

Tengo muchos recuerdos de juegos y aventuras infantiles, de animales, plantas y frutos. Pero también recuerdo el frío húmedo del campo que acentúa el aroma de las flores y el olor a tierra cuando llueve.

Llegar hasta allá no era fácil en aquella época. El camino era estrecho y no parábamos de dar vueltas mientras rodeábamos las montañas. Mi hermano era quien peor lo pasaba, porque bendito, su estómago no aguantaba el viaje y se mareaba con facilidad. De regreso era más fácil pues veníamos durmiendo, aunque a veces yo me quedaba despierta mirando las estrellas a través del cristal del carro. ¡Se veían tan claritas en la oscuridad de la noche! Recuerdo que una de esas noches, mientras veníamos de regreso por la carretera oscura pasamos tremendo susto al ver a un hombre vestido de blanco caminando por la orilla del camino. Sólo lo vimos cuando las luces del carro lo alumbraron al pasar, porque luego desapareció de nuevo en la oscuridad de la noche. Visitar el campo era entrar en un mundo nuevo y toda una aventura.

Una vez llegábamos a la finca siempre había cosas que hacer. Mi hermano y yo teníamos una pared de fango completamente tallada con una ciudad para carritos hot wheels, y nos entreteníamos jugando por horas. Otras veces la familia entera salía a buscar chinas, toronjas, guineos o plátanos de la finca. Uno de mis primos, Nael, era el experto trepador de palos, y recuerdo con mucho cariño el día que coronamos a mi mamá como la reina de la finca. Estaba metida en un saco, cargando un pedazo de tronco de árbol (como si fuera su arreglo floral), y tenía una flor en su pelo. Todos reíamos con sus monerías mientras caminábamos por las veredas.

Por esos campos también tuve la oportunidad de recoger café. ¡Que interesante experiencia! Nos pusimos ropas de manga larga para protegernos de los insectos y las ramas, un sombrero de paja, y una canasta colgada del hombro de manera diagonal para que pudiéramos trabajar sin preocuparnos por aguantarla. El café crece muy alto, pero yo hacía lo que podía. Sólo se recogen las frutas rojas y se dejan las verdes, o esas fueron las instrucciones, porque no todas maduran al mismo tiempo. Y así poco a poco entre las hileras de plantas llenamos las canastas. 

Algunas veces bajábamos junto a mis primos hasta un riachuelo no muy lejos de la casa. Ibamos todos montados en un carro improvisado, algo así como un vagón, y reíamos bajando por aquella cuesta. Allí también bajamos una vez para una reunión familiar. Tremenda fiesta hicieron todos los tíos y la familia reunidos en medio de la naturaleza. Para una chica de ciudad como yo, aquello fue un evento especial que guardo en mi memoria con mucho cariño.
Mis recuerdos del campo son bastante pasivos, pero la tendencia de ir al campo en busca de aventuras ha ido en aumento en los últimos años. Muchos buscan actividades para subir la adrenalina como el rappeling, los puentes colgantes, la corrida de cables que simulan la experiencia de volar sobre el terreno montañoso, el ciclismo de montaña, y las caminatas por el bosque o en cuevas. Y Puerto Rico tiene muchas alternativas para el que busca aventuras de este tipo. Dos ejemplos son: Aventuras Tierra Adentro y Toro Verde Nature Adventure Park

Pero también hay lugares como éste donde puedes escapar del bullicio y el ajetreo de la vida en la ciudad. Las fotos de la finca de mi tío me confirman que parte de esa naturaleza sigue intacta, un oasis en el tiempo donde perdura la belleza natural de mi lindo Puerto Rico. Y aunque la mayoría de las veces viajo a grandes ciudades, ya estoy haciendo planes para volver por ese camino de miramelindas la próxima vez que vaya a visitar a mis padres en la isla del encanto. 

(fotos: Gracias a mis padres por las fotos. Y si querían contagiarme con su visita al campo, ¡lo lograron!)

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