domingo, 13 de febrero de 2011

Pequeñas aventuras por el suroeste de Michigan - primera parte

El viaje a Michigan comenzó bastante bien. Llegué a tiempo al aeropuerto de La Guardia, dejé a Eva en el estacionamiento, hice check-in, y compré algo de comer antes de abordar el avión.
[En lo que sea posible, siempre es bueno llevar algo de comer en tu carry-on —porque nunca se sabe qué te van a dar o no de comer en el avión y tener hambre es lo peor cuando no hay a donde moverse.] 
Así que sin mucho contratiempo llegué al aeropuerto de Grand Rapids a eso de las 9 de la noche. Al menos el vuelo fue directo (un detalle importante). Había nevado unas horas antes a mi llegada y la verdad es que me intimidó un poco ver las condiciones de la carretera por la ruta que aún me faltaba recorrer. Cuando todo alrededor está blanqueado por la nieve, la noche no se ve del todo negra sino de un color desgastado como si el aire estuviese lleno de polvo y no se viera bien definido el paisaje. Como una foto digital tomada con poca luz y baja resolución. En un momento dado doblé en la esquina equivocada, pero me di cuenta a tiempo y rehice el camino para coger la calle correcta. Luego tuve otra duda entre si tomar la salida este u oeste —lo que decía el letrero era hacia Lansing o hacia Holland—, pero teniendo una imagen del mapa y la ruta en mi mente no fue mucho contratiempo. Una rápida verificación de las instrucciones y tomé la salida hacia Holland por la M-6 W, el camino correcto.
[Los GPS pueden confundir a veces —especialmente a mí que no estoy acostumbrada a usarlos— por eso no usé ninguno en este viaje. Mejor conviene tener un mapa y direcciones impresas de la ruta en cuestión (Yo uso Google Maps, pero hay otras páginas). Y sobre todo, estudiar la ruta ANTES de comenzar a guiar, porque guiar y leer es difícil, mucho más durante la noche.]
Poco a poco hice la última hora del viaje hasta Kalamazoo bajando por la US-131 S en mi Jeep Cherokee rentada mientras escuchaba las historias tristes de los oyentes de Dalila en la radio —el nombre se pronuncia Dalaila en inglés, cosa que me parece comiquísimo—, pero más gracioso aún es que la chica consigue la canción perfecta para expresar el sentimiento de los que llaman por amores perdidos o inalcanzables... Y yo, entretenida con historias que jamás escucharía en la radio en NYC, llegué con bien a mi destino. Esta vez me alojé en un hotel en Kalamazoo —el hotel de Plainwell donde me he quedado las veces anteriores estaba lleno—, y resultó bueno, porque éste queda más cerca de Battle Creek y así pude planificar una visita a mi amiga Thamary, a la que no había visto en 2 años. Este área de Michigan no es de especial interés para mi porque no hay grandes metrópolis o centros turísticos que llamen la atención, pero ya que el viaje era obligado —por trabajo— pensé que para disfrutar del viaje debía buscar alternativas de entretenimiento que fueran mejores que el cable gratis del hotel, y qué mejor que compartir con amistades. Ese fue desde entonces mi plan para esa semana.
Esta foto que se ve arriba fue pasando por el pueblito de Ostego (vía M-89) de camino hacia Allegan, donde está la compañía. Hay otra ruta por la autopista pero siempre que voy me gusta pasar por aquí a ver las casas y tratar de imaginar cómo sería vivir en un lugar como este. Yo no creo que podría soportarlo, pero cinco minutos imaginándolo no duelen nada. Eso es parte de viajar, vivir una experiencia sin comprometerte a permanecer en ella, y sobre todo disfrutarla. Ver esas casitas cada mañana se convirtió en un deleite y de cuando en cuando me sacaban una sonrisa. Como el día que regresando por el mismo tramo vi a una niña salir de una de ellas a buscar un zafacón que habían dejado en la acera de enfrente, y ¡venía descalza! ¿Será que a todo se acostumbra uno? A mi me costaría mucho cambiar de calor a frío, porque donde yo caminaba descalza de niña era en la acera caliente, tostada por el sol de Puerto Rico. Y siempre digo que NYC se pone muy frío... ¡Pero que poco sé yo lo que es el frío de verdad! La temperatura ya estaba bajita cuando llegué a Michigan, pero cada día bajaba más hasta que llegó a los 6 grados (sin contar el viento, porque con viento se sentía bajo cero). La única ventaja de las bajas temperaturas es que la nieve es suave, casi parece algodoncitos minúsculos amontonados unos con otros y es tan ligera como el polvo, lo que ayuda a que sea mucho más fácil limpiar el carro en las mañanas. Pero sobre todo, ¡estaba frío!
El segundo día venía muy tempranito al trabajo y aún no amanecía del todo, pero así a medias el amanecer me pareció hermoso. Al igual que la noche se ve diferente en contraste con la nieve, durante el día todo se ve más brillante y luminoso, sobre todo en la amplitud y el espacio que me dieron un descanso del ambiente cargado de Nueva York. Esos momentos a solas fueron para mi de disfrute —media hora del hotel al trabajo—, porque casi tenía la carretera para mí sola y podía ir a mi propio aire. 

Siguiendo mi plan de disfrutar la semana, me tomé tiempo para compartir y conocer mejor a mis compañeras de oficina. Salíamos a almorzar juntas casi todos los días y en una de esas salidas me llevaron a un lugar pequeñito pero muy interesante llamado U.P. North por la misma M-89. Allí me comí un sandwich vegetariano en croissant (en vez de pan) y tenía literalmente todo lo que pondrías en una ensalada, desafiando la gravedad porque no sé como cupo todo, pero estaba delicioso.
 
También me uní a ellas en sus actividades luego del trabajo. El miércoles en la tarde nos fuimos las 3, Lisa, Nancy y yo, a ver a la hija de Lisa jugando baloncesto en un juego entre escuelas intermedias: Las Tigers de Allegan vs. las chicas de Pow Pow. Y tengo que admitir que lo disfruté mucho con ellas y viendo a las niñas "comiendo piso" más veces de las necesarias y tratando de meter puntos. Gracioso también eran los padres gritando "defensa, defensa" e indignados con las arbitro. Al final ganaron las Tigers con marcador 20-14 (yay!).

Mi plan estaba funcionando a la perfección. Teníamos una agenda de trabajo muy cargada, pero ya íbamos a media semana y pronto estaría de regreso en casa. Lo que yo no sabía era que las complicaciones vendrían luego, para cerrar con broche de oro lo que hasta ahora había sido un viaje de "negocios/ placer" perfecto.

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