domingo, 23 de junio de 2013

Descubriendo Alfama

Nuestra caminata comenzó en la plaza de comercio a orillas del río Tajo y poco a poco nos llevó, sin darnos cuenta, hasta muy adentro del barrio más antiguo de Lisboa, el barrio de la Alfama. Para cuando caímos en cuenta de dónde nos encontrábamos la plaza nos quedaba muy lejos como para regresar por el mismo camino así que continuamos. Nos sentíamos tan emocionados, por ser nuestro primer día en Portugal, que olvidamos completamente planificar a dónde queríamos ir, hacer una ruta de de cómo llegar, y sobre todo, nos olvidamos de desayunar. Esa mañana nos levantamos temprano para aprovechar el día, nos vestimos, cogimos la guagua hasta el centro de la ciudad y nos fuimos a caminar. Era como si quisiéramos verlo todo de una vez.

Íbamos tomando fotos de los edificios a lo largo de la calle paralela a la rivera. ¡Que interesante nos parecía todo! La fachada de algunos de los edificios y casas estaba completamente cubierta de azulejos de diferentes colores y diseños. Eran azulejos tradicionales, de cerámica o de barro, hermosamente decorados y algunos hasta con relieves. Pero detrás de su belleza también se notaba su desgaste por el azote del viento y del tiempo. Eran recuerdos de tiempos mejores. Ese es precisamente uno de los encantos de este área de la ciudad, la Lisboa vieja, y queríamos verla.

Es sólo que de haberme tomado al menos un café antes de comenzar nuestra caminata, pensaba yo en ese momento, me hubiera permitido disfrutar mejor la experiencia, porque no íbamos preparados y las calles se habían convertido en un laberinto que parecía no tener salida. Las horas de la mañana pasaban, y aunque hacía un día precioso yo lo sentía muy caluroso. El hambre y el cansancio se estaban apoderando de mí y mi humor empeoraba rápidamente.

Fue entonces que nos dimos a la búsqueda de algún lugar donde pudiéramos comer algo, pero estos brillaban por su ausencia. Las calles eran empinadas y en algunos tramos se volvían angostas, subían y bajaban entre portales y escalinatas, pero de restaurantes nada. Habíamos llegado a una parte completamente residencial y los restaurantes que yo esperaba encontrar no aparecían. Yo seguía tomando fotos y jugando con las sombras entre las casas, pero ya no me lo estaba disfrutando; no tanto como se suponía. 

Durante todo el trayecto sólo vimos dos lugares donde, en teoría, hubiéramos podido comer. Y digo en teoría porque uno era un restaurante pequeñito que probablemente servía sólo a residentes del área y estaba cerrado en preparación para el almuerzo. Y es que en Europa el horario varía y no se puede ir a comer en cualquier momento porque los restaurantes cierran completamente entre las horas de servicio y las de descanso. Tampoco valía la pena esperar a que abrieran porque había pocas opciones para mí en el menú de ese lugar, siendo pulpo el plato del día. El otro que encontramos por el camino parecía estar abierto aún, pero ni ganas me quedaron al ver una gallina con todo y jaula sobre una de las mesas junto a un niño que se suponía la vigilaba. ¿Sería para la sopa del día? No nos quedamos para averiguarlo. Había que seguir caminando, no nos quedaba otro remedio.

En una de esas subidas encontramos por casualidad el Panteón Nacional. Ahí nos detuvimos para tomar fotos del inmenso edificio. Su tamaño sobrepasa todas las casas aledañas sobre una especie de plazoleta rodeada de escalones y ese día se veía imponente bajo el cielo azul. Mientras le dábamos la vuelta al edificio pasamos frente a una casa donde una señora nos observaba desde su ventana. No sé por qué me dio con saludarla. Le dije buenos días en portugués, y ella me respondió el saludo mientras me regalaba una sonrisa de oreja a oreja. Verla sonreír me sacó de mi letargo y regresé a la realidad en la que me encontraba. Me di cuenta de que no valía la pena desperdiciar el día por unas horas de ayuno, y así fue que volví a ver las calles adoquinadas, las casas con sus paredes de azulejos, y reconocí que estaba en un lugar interesante lleno de historia y belleza. Desde ese momento y por aquella sonrisa pude ver a Alfama realmente, esta vez con otros ojos.

En eso noté una cosa que me llamó la atención porque desentonaba con el paisaje. Eran los muñecos de Santa Claus que colgaban de algunos balcones dando la impresión de que subían por ellos hasta las casas más altas. ¿Será así como papá Noel les entrega los regalos de navidad a los niños en Lisboa? En otros balcones ondeaban banderines con la cara del niño Jesús, o quizás era la de un ángel. Era época navideña y era de esperarse ver alguna decoración en las casas, es sólo que los muñequitos sobresalían por verse tan modernos en relación con el entorno tradicional en que se encontraban. 

Algunos turistas comenzaron a cruzarse con nosotros y nos dimos cuenta de que ya no estábamos perdidos, sino que íbamos saliendo de Alfama en dirección al Castillo San Jorge. Mientras salíamos pasamos por otros lugares de interés en nuestro camino, aunque no fue hasta luego que nos dimos cuenta de todo lo que habíamos visto durante el día. Entre estos, el mirador de Santa Luiza que, aunque igual ha pasado días mejores, te regala una vista hermosa de la ciudad en dirección al río. También vimos la Iglesia de San Vicente de Fora y La Catedral de Lisboa, mejor conocida como Sé de Lisboa, que es la iglesia más antigua de la ciudad, construída en 1147.



Muy cerquita de la catedral encontramos un lugar pequeño pero muy pintoresco llamado Cruzes Credo. Allí descansamos de todo lo que habíamos caminado y nos comimos unos bocadillos de salmón y queso crema y de paté de olivas con queso brie en pan tostado que bien valió la pena esperar. También logré por fin tomarme el café que tanto deseaba desde la mañana. Y aunque el día pareció no comenzar con buen pie, es uno de los que más recuerdo de nuestra visita a Lisboa.

Fotos de interés: Casa dos Bicos, Panteón Nacional, Catedral Sé de Lisboa.
Restaurante: Cruzes Credo. Cruzes da Sé 29, 1100 Lisboa, Portugal. 
Música recomendada: Mariza, álbum: Transparente.

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